viernes, 18 de febrero de 2011

Ser claro y preciso


El que habla sin ambages se halla de pronto en situación ventajosa. Desde que recita sus lecciones y, mas tarde, debe contestar en público las preguntas de sus examinadores hasta el hombre que desempeña un cargo de responsabilidad y que, por ende, se ve obligado a producir continuos informes verbales. Toda persona tiene necesidad de toda su libertad de elocución para manifestar plenamente su valer, su voluntad, o para sacar todo el partido posible de su valor intrínseco. Pero la influencia directa de la palabra, la impresión que causa su poder persuasivo, depende de su claridad y de su precisión.

No todo consiste en atreverse a hablar: también es preciso hacerse comprender exactamente, saber dar en pocas palabras la explicación pedida; exponer lo justo, sin quitar ni poner nada a lo esencial de un hecho, de una situación ; impartir o transmitir ordenes o comunicaciones con la certeza que permite interpretar exactamente el pensamiento inicial.

Pongamos el caso de un industrial o comerciante, deseoso de llenar un puesto vacante y que recurre al aviso clasificado para hacer su pedido. Muchos candidatos se presentarán. A igual valor de referencias, ¿Quien logrará obtener el puesto? Aquel cuyas respuestas claras, bien medidas, precisas, hayan colaborado en la forma más satisfactoria a la tarea eliminatoria que realice el que ofrece la vacante.

En un gran número de pequeñas operaciones corrientes, en el correo en los bancos, en la administración en las alcaldías, etc. Hasta en una compra vulgar, la claridad y la precisión ahorran trabajo, evitan inconvenientes y economizan tiempo. Los medicos dicen que es preciso saber explicarse con claridad, ya que son muchos los enfermos que privan a su juicio de los elementos que hubieran permitido un diagnóstico exacto. Visitad los juzgados y tribunales y comprenderás todos los inconvenientes de una palabra desordenada y confusa. Decidamos a perfeccionar nuestra dicción.

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